Habiéndose sofisticado el desempeño de los delincuentes más reconocidos. Habiéndose
pronunciado el olvido y la negación de los derechos naturales, sin hablar de
otros derechos. Habiéndose perdido todo sentido común sobre el trato de lo
animado y lo inanimado. Habiéndose descartado la visión clara sobre el futuro
de la esfera que nos alberga. Y habiéndose creado la droga que produce
canibalismo y fuerza sobrenatural en los consumidores, si pensáramos el cine,
no como fenómeno, sino, hipotéticamente, como un ser corpóreo, que piensa y en
tanto piensa existe, él (seguimos hablando del cine), en este preciso instante
en el que la bestialidad se anuncia, se preguntaría:
“¿Qué es lo que debo hacer ahora?”
Y es que la posibilidad de que una bestia de dos cabezas que devora
personas a su paso provoque terror en las sociedades actuales (o simplemente en
el hombre de hoy), se ve invalidada por el simple hecho de que esa bestia ya se hizo carne en la carne misma. Ya no
es distante, no es construida, poéticamente o patéticamente, encerrada e
inmortalizada en fotogramas. Sino que convive en el mismo plano de los hombres,
en el aire, en las palabras que se utilizan, en las decisiones que se toman, en
las elecciones, en lo que se toca y en lo que no se podrá tocar nunca, ahí, en
las horas y en cada uno de los días, sumiéndonos en martirio, ira y terror
constantes. La bestia de dos cabezas o las dos cabezas de la bestia: el consumo
y la incertidumbre; o el vacío; o la ausencia de respuestas que nos conduce al
completo y asegurado desastre.
Nada nos salva. Nada nos alcanza. Nada nos alumbra. Nada nos cura.
A esta altura del relato, parece que volver al origen, a lo primitivo, o a
lo fundacional, es lo único que da esperanza a ese ser corpóreo que
anteriormente llamé Cine. Él deberá abandonar toda ambición. Deberá hacerse de
seguidores y reproductores de sí mismo, que amen por sobre todas las cosas el
acto de permanecer, transitar y atravesar el mundo en armonía. Deberá
emanciparse de quienes los conciben solo como negocio, solo como un intercambio
material. Deberá ser fiel, y promover, antes que al hecho mismo de ver cine, la
gestación y la protección de la fe.
Entonces, el cine, deberá salvarnos, alcanzarnos, alumbrarnos y curarnos. Haciéndonos
reconsiderar lo descartado, y ayudándonos a recordar aquello fundamental, que resulta
similar a lo que los niños suelen dejar ir por el temor a no crecer jamás.